El economista Lant Pritchett (Utah, EE UU, 1959) se declara un tipo optimista por una cuestión de edad. “Soy optimista porque tengo 64 años”, argumenta. “Cuando nací, los afroamericanos en Estados Unidos no podían votar en el sur, estaban segregados… Las mujeres también tenían un papel muy limitado. Pero ha habido un cambio radical en las oportunidades y los derechos civiles. Soy optimista porque he visto grandes cambios positivos de este tipo”.

Siguiendo este razonamiento, Pritchett está convencido de que la humanidad está en la cúspide de un gran cambio positivo en la forma en que las personas se mueven a través de las fronteras. No habla de balde. Pritchett es uno de los mayores expertos del mundo en movilidad humana. Ha enseñado en las universidades de Harvard y de Oxford, entre otras, ha trabajado más de una década en el Banco Mundial y ha publicado más de un centenar de obras sobre una amplia gama de temas, entre ellos el crecimiento económico, la educación y la ayuda al desarrollo. Durante los últimos años se ha volcado en la movilidad laboral “porque sus efectos positivos se subestiman radicalmente”, afirma. En la actualidad es el cofundador y director de investigación de Labor Mobility Partnerships (LaMP), una organización que trata de ampliar la noción de las posibles vías legales y su magnitud, de forma que todos salgan ganando: el país de origen y el de destino.

Pritchett visitó Madrid a principios de octubre para trabajar con el Gobierno en un posible proyecto piloto de colaboración con Colombia en materia de capacitación, y fue recibido por el entonces ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá. El economista concede esta entrevista después de su charla en una nueva sesión del ciclo Diálogos de Roma sobre Empleo y Migración. Puestos a hablar de fronteras, de inmigración y de movilidad humana, su primer alegato es contundente: “Si no hubiera movilidad, todos seguiríamos en África. La mayoría de los países casi no tenían restricción de fronteras hasta la década de 1920. Así que este siglo ha sido una anomalía, un breve lapso de la historia humana en el que el mundo se ha dividido en fronteras estrictamente controladas”, sentencia.

Pregunta. Frente al discurso negativo de la migración, usted la defiende como una oportunidad para el desarrollo. Pero en múltiples países de Europa, en Estados Unidos también, se criminaliza a los migrantes tanto desde el ámbito político como desde la sociedad. ¿Cómo ve la situación actual?

Respuesta. La negatividad sobre la migración es el último suspiro de un sistema moribundo y la transición hacia un enfoque más realista. Hay una famosa cita de John Maynard Keynes, uno de los economistas más famosos de todos los tiempos. Cuando se le acusó de cambiar de opinión sobre una cuestión política, dijo: “Cuando los hechos cambian, yo cambio de opinión”. Los cambios demográficos van a crear tales presiones en los países que intentan mantener su estilo de vida basándose únicamente en sus nacionales que van a tener que abrirse a la movilidad laboral.

P. ¿Y cómo se cambia esa visión? Si miramos hacia las fronteras europeas o estadounidenses, por ejemplo, si atendemos al endurecimiento de las políticas de control migratorio que está aprobando la Unión Europea, no parece que vayamos por ese camino.

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R. Gran parte de la tensión proviene de que los países, los gobiernos y las sociedades aún no han desvinculado dos preguntas clave: ¿quiénes son nuestro futuro? y ¿a quién se le va a permitir vivir y trabajar en nuestro territorio para prestar servicios productivos, tener un empleo y ganar un salario? Si se formulan estas preguntas como una sola, inevitablemente se producirán tensiones y opiniones negativas sobre la migración. Pero si las separamos, cambias completamente la política. La gente dirá: “Necesitamos trabajadores, y vamos a permitir que esas personas vivan aquí, respetando sus derechos y dándoles la oportunidad de trabajar, pero sin que tengan necesariamente un camino automático e inmediato hacia la ciudadanía”. Cuando estas dos cuestiones se separan en el diálogo público desaparecen las actitudes negativas.

P. En su presentación ha asegurado que el número de personas mayores de 80 años se va a duplicar en los próximos 30 años y el de personas activas va a disminuir mucho. Al mismo tiempo, tenemos 1.400 millones de habitantes en África, de la que más de la mitad son menores de 25 años en busca de oportunidades, y la cifra se doblará en 2050. Parece fácil la ecuación…

R. Todo lo que tienes que hacer es unir esos dos datos. Ahora bien, lo que impide esa conexión es la pregunta: si permito que alguien de África venga a ayudarme a cuidar de mi abuela, ¿estoy obligado a darle a esa persona la nacionalidad española? Si la respuesta es afirmativa, surgen el miedo y la sensación de perder algo valioso de lo que es ser español, y esa amenaza genera la política de la reacción. Pero si piensas que esa persona va a trabajar aquí unos años y luego volverá a casa con sus ganancias, invertirá en su país y vivirá su vida, y que luego alguien más vendrá y todo esto será un proceso rotativo, ampliarás radicalmente la cantidad de personas dispuestas a tener extranjeros en su país. Y España estará mejor al poder atender a sus ancianos. Todos salimos ganando.

P. Pero no todo el mundo que emigra lo hace porque busque un empleo; de los 184 millones de migrantes que hay en el mundo, hay más de 40 millones de solicitantes de asilo y refugiados que huyeron de un país en guerra o de una situación de violencia o de los impactos del cambio climático.

R. Los gobiernos deben crear tres vías para permitir que la gente vaya a vivir a sus países. Una vía es la de las personas que esperamos que se conviertan en españolas. Otra es la de aquellos a quienes vamos a permitir vivir y trabajar aquí; la tercera es la de aquellos a quienes vamos a permitir que estén en España por una cuestión de necesidad. Son muy distintas, pero gran parte de la tensión actual es que estamos permitiendo que la cuestión de los refugiados sea la cuestión laboral o que la cuestión de la ciudadanía dirija la laboral. Si obligas a las tres vías a estar demasiado cerca, generas tensión y retroceso político. Una vez separadas, funcionarán bien en los tres sentidos.

P. Lo de esperar que las personas extranjeras se conviertan en españolas puede despertar recelos por una cuestión nacionalista o patriótica. Por no acabar perdiendo la identidad cultural, ¿no cree?

R. A veces se piensa que defender la idea de lo que significa ser español es racista o xenófobo, pero no es así. Valorar las tradiciones, la cultura y la historia propias es, simplemente, una parte legítima de la experiencia humana y no hay nada malo en conservarla. Pero eso no significa que sea algo cerrado; está abierto al cambio porque forma parte de la historia, pues somos una mezcla de muchas cosas diferentes.

P. En los últimos años, el partido de extrema derecha en España, pero también los de países europeos tan dispares como Finlandia o Italia, han ido ganando cada vez más apoyo o incluso han llegado al Gobierno. Y una parte viene de que están difundiendo un discurso racista y xenófobo y que están utilizando la migración como arma política.

R. Lo que ocurre con los partidos de extrema derecha es que intentan que la gente relacione a todos los extranjeros del país con poner en peligro nuestro futuro, pero solo están ganando terreno gracias a su capacidad para generar miedo. Una vez que el régimen migratorio se aclare y se debata públicamente sobre estos tres canales ―quién es nuestro futuro, a quién se le permite trabajar aquí, a quién acogemos por necesidad― cambiará la narrativa y los xenófobos se retirarán a las cuevas y lugares viscosos de los que surgieron. Parte de la respuesta es dejar claro que es posible regular la movilidad laboral de forma ordenada y, por tanto, que la gente no la vea como una amenaza para sus oportunidades.

Lo que va a cambiar radicalmente en el futuro en relación con el pasado es que en los últimos 100 años se ha considerado una responsabilidad clave del Gobierno proporcionar puestos de trabajo a todos sus ciudadanos, y dado el crecimiento general de la población, eso siempre ha sido un reto. Pero una vez que la demografía se invierta, el desafío será encontrar una persona para cada puesto de trabajo. En los próximos años, el impacto de los cambios demográficos nos va a llevar a una escasez crónica de mano de obra.

P. Esto afecta muy especialmente a España, que con una media de 1,23 nacimientos por mujer, es la segunda menor tasa de fertilidad de la Unión Europea. ¿Cómo ve nuestro panorama?

R. Con ausencia de inmigrantes, la fuerza laboral en España (población activa) entre 2020 y 2050 caería de 22,6 a 15,7 millones de personas. No se van a llenar todos los puestos de trabajo necesarios en una economía moderna y sofisticada como España con solo 15,7 millones de personas. Así que nadie va a ver sus oportunidades amenazadas porque llegue gente a trabajar.

De hecho, para que los españoles tengan las oportunidades laborales a las que aspiran van a necesitar gente extranjera porque, si miras la cadena de producción, hay mucha gente que es necesaria. Tú no puedes hacer tu trabajo a menos que otra gente esté haciendo el suyo. Cuando se habla del futuro laboral a menudo se hace como si este fuera solo el de la clase media-alta. El futuro del trabajo sigue implicando mucho esfuerzo físico que alguien tiene que hacer y que, de hecho, no requiere altos niveles de educación formal. Según mis cálculos, en Estados Unidos habrá 3,24 millones de nuevos puestos de trabajo netos de baja cualificación, pero también habrá 4,7 millones menos de personas en la población activa. Así que no vas a quitar un puesto de trabajo a un estadounidense para llenar cualquiera de esos 3,24 millones de puestos. Estoy seguro de que si tuviéramos los cálculos de España serían aún peores porque su caída de la fertilidad va mucho más rápida que en Estados Unidos y los cambios demográficos van a ser más dramáticos. Así que creo que asegurar que todos los españoles tengan oportunidades adecuadas será fácil.

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